Lo que en principio iba a ser una escala de un día en Seúl para romper un viaje interminable y huir de tanto avión, se convirtió finalmente en una estancia de una semana en Corea del sur, transcurrida la cual me fui con la sensación de que apenas había visto una mínima parte de lo que este país ofrece a sus visitantes.
No entiendo porque Corea, en vez de ser una joya de los tour-operadores, no aparece siquiera en los catálogos. Reúne todos los requisitos que el turista busca para sus vacaciones: país exótico, situación política estable, escenarios naturales impresionantes, enorme riqueza histórica, red de transportes puntera, delincuencia casi inexistente, buenos precios y, la mejor de todas, el carácter generoso y servicial de los coreanos.
Si como dicen, “es de bien nacidos ser agradecidos”, la manera de corresponder a las atenciones que recibí es pregonar lo que Corea tiene, y un foro abierto es el medio ideal. Me gustaría convencer a quienes lean esto que Corea, como Teruel, existe y que por sus atractivos debería codearse en las agencias de viaje con Egipto, Cuba o Bali. Es cierto que, de momento, no es sencillo ir en viaje organizado pero no os quepa duda que, tarde o temprano, se pondrá de moda.
Los más animados aprovechad e id por libre ahora, en las oficinas de turismo de cada ciudad están deseando ser útiles recomendando la ruta ideal en función de los gustos y días disponibles, incluso se ocupan de buscar y reservar los alojamientos en la categoría de hotel que pidas, y todo ello sin coste alguno. No creo que el turismo sea una de las principales fuentes de ingreso del país, casi no se ven viajeros extranjeros, sin embargo MIMAN al turista.
Yo lo visite en octubre de 2004 y no pude elegir mejor fecha. Ya mencionaban en los folletos de turismo que cualquier época del año es buena para ir, al estar situado a la misma latitud que España tenemos un clima muy parecido y las estaciones coinciden plenamente, pero el otoño es especialmente hermoso.
¿Quién no ha visto imágenes de la otoñada en Canadá?. Esos árboles con colores que van desde el verde más intenso al rojo fuego, pues a eso añadidle alguna pagoda y abetos con esas formas tan tortuosas que aparecen en muchas pinturas chinas, y resulta el otoño de Corea.
Trataré de contar como fue mi ruta y los detalles que más me impresionaron, seguro que veréis con otros ojos ese rincón de extremo oriente. Si consigo que saquéis a Corea del grupo de países poco atractivos donde yo la incluía hace sólo un año junto con, por ejemplo, Malawi, Armenia o Surinam y pase a ser un posible candidato para unas futuras vacaciones, habré *****plido mi objetivo.
Los preparativos
Como dije en la introducción, antes de necesitar la escala de Seúl nunca me había planteado visitar Corea, pero ya que tenía que estar un día empecé a buscar información para saber en que ocuparlo.
Envié un fax al 915566868, Oficina Comercial de Corea, y lo que recibí me desconcertó. Tenía en mis manos una guía de mejor calidad y más práctica que la única que encontré a la venta en librerías, que me descubría las tremendas posibilidades del país.
Así que lo que comenzó siendo una parada técnica se convirtió en una estancia de una semana, a la que hubiera añadido, de buen gusto, otra más si hubiese dispuesto de más días de vacaciones.
No son necesarios ni visado ni vacunas. Estamos hablando de un país totalmente desarrollado, baste como ejemplo mencionar que es uno de los cinco países en todo el mundo con trenes de alta velocidad.
Como el viaje fue en octubre y nuestra climatología coincide totalmente, en la maleta puse ropa de otoño y unas buenas botas de senderismo.
Repartí los días entre Seúl, el parque nacional Seoraksan y Gyenongju, la antigua capital imperial. Así conseguí una equilibrada mezcla de turismo urbano, naturaleza y legado histórico.
Día 1
El vuelo fue vía Frankfurt con Korean Airlines y duro casi diez horas. Por un problema con el enlace en Alemania, llegamos con un día de retraso lo que me fastidió enormemente al tener reservadas y abonadas ya a través de Internet las dos primeras noches en la capital.
Hay un excelente servicio de autobuses que conecta el aeropuerto con diferentes zonas de la ciudad.
Para llegar hasta el hotel tuve que preguntar a mucha gente, con lo que me di cuenta de las ganas de ayudar que tienen. Desgraciadamente, no todos hablan inglés y bastantes no leen la escritura occidental.
Ya en nuestro destino, otra agradable sorpresa, al explicarles el retraso de un día no tuvieron inconveniente en cambiar la noche no usada para el día siguiente.
Como aún quedaba mucha tarde por delante, aprovechamos para ir a la oficina de turismo. ¡Qué acierto!, no sólo conseguimos todo tipo de folletos e información de Seúl si no que, a través de las preguntas que nos fueron haciendo acerca de nuestros gustos y presupuesto, nos sugirieron el itinerario que finalmente realizamos. También nos reservaron los alojamientos en las dos ciudades que teníamos que visitar y me dieron los horarios de los trenes y autobuses que las conectan, de este modo en 15 minutos allané las pequeñas dificultades que tiene un viaje totalmente abierto, ahora sólo quedaba disfrutarlo.
Cuando reservamos el hotel de Seúl lo hicimos basándonos en las fotografías que tenía y por su céntrica situación, claro que el centro es tan extenso como todo Madrid, aquí viven casi once millones de habitantes.
La zona de Insandong, donde estábamos, se anima enormemente por la noche teniendo una de las mayores concentraciones de bares y restaurantes de la capital. Aún en días laborables la gente abarrota las calles impregnando el ambiente de alegría y ganas de diversión. Las fachadas están repletas de carteles luminosos lo que unido a la algarabía de los peatones y a los agradables aromas que salen de los restaurantes hace que un paseo nocturno sea una fiesta para los sentidos.
Comer en Corea, además de sabroso, puede resultar hasta divertido. Todos los restaurantes tienen un fogón en el centro de cada mesa ya que muchos de los platos son cocinados por los comensales. El problema es cuando no conoces las reglas del juego. La cena de ese día fue a base de arroz con verduras y pulpo en un local en el que éramos los únicos occidentales. El camarero que nos atendió, cuando vio que no sabíamos que hacer, trato de enseñarnos, pero su inglés era muy limitado. En ese momento éramos el centro de todas las miradas así que, desde una mesa bastante alejada, se levantó una chica que nos instruyó sobre los ingredientes que se comen como acompañamiento, los que se añaden a la sartén, en que orden y cantidad. Todo un master en cocina coreana en cinco minutos, vaya. Cuando ella regresó con sus amigos nuestros vecinos de mesa tomaron el relevo en las tareas de vigilancia. No nos quitaban el ojo de encima indicándonos si debíamos bajar el fuego, añadir más arroz, etc. El camarero, a pesar de estar saturado de trabajo, no perdía ocasión de supervisar nuestros avances aconsejándonos, en coreano, como evitar que la comida se pegase. Salimos del restaurante doblemente satisfechos, por la comida en si y por el ambiente de camaradería que habíamos disfrutado.
En días posteriores, cuando ya éramos algo más hábiles, nos percatábamos que éramos discretamente observados por empleados y clientes siempre dispuestos a intervenir en el caso de que lo hubiésemos solicitado.
A pesar del cansancio que llevaba me hubiera quedado más rato callejeando sin rumbo pero el día siguiente prometía ser muy movido, así que le di al cuerpo su merecido descanso.
Día 2
La mejor manera de aprovechar el tiempo para visitar los lugares de interés de Seúl es comprar el billete del bus turístico. Mientras viajas de un punto a otro, hasta 28, eres informado de los atractivos que tiene la siguiente parada. Funciona de 9 a 21 y por supuesto, puedes subir y bajar las veces que quieras.
Comencé el tour por el Memorial de la Guerra de Corea. En sus jardines se exhibe una muestra impresionante de vehículos de combate, desde tanques a lanzaderas de misiles y desde pequeños helicópteros hasta el mastodóntico bombardero B-52. Tuvimos que dejar la visita al interior del memorial, ya que teníamos por delante muchas cosas por ver y el tiempo era limitado.
El distrito Itaewon es la zona más cosmopolita de Seúl, pero como no habíamos viajado 10000 Km. para comer en una cantina mexicana o tomar una cerveza escuchando jazz, acabamos pronto su visita.
Mucho más interesante es el Pueblo Tradicional Coreano, que se encuentra en un hermoso parque. Lo constituyen cinco auténticas residencias aristocráticas trasladadas hasta aquí para salvarlas del avance del cemento que trajo el siglo XX y que ha acabado con muchas de las antiguas construcciones de la ciudad.
Estas casas no sólo forman un hermoso museo al aire libre, si no que imparten clases de música y ofrecen actuaciones donde representan la vida tradicional en siglos pasados.
En el mismo centro de Seúl se alza el monte Namsan. Cubierto de denso bosque constituye un auténtico pulmón para la ciudad además de ser un área de esparcimiento muy apreciada por sus habitantes. En la parte más elevada del mismo se encuentra la Seoul Tower, que se ha convertido en la construcción más representativa del skyline seulita, ya que por su situación es visible desde casi todos los puntos de la urbe.
Subir hasta el mirador es visita obligada. Sólo desde la altura nos pudimos hacer la idea de la inmensidad de esta mega polis. También desde la cima, se puede disfrutar de una comida en su restaurante giratorio.
Ahora que sabíamos lo inmensa que es Seúl, aún nos sorprendía más que rompiese el tópico de las grandes ciudades; ni deshumanizada, ni embotellada, ni contaminada, si no todo lo contrario.
Siguiendo la ruta la siguiente parada fue el mercado Dongdaemun. Si quieres adquirir cualquier prenda, desde las últimas tendencias a un hanbok (vestido tradicional coreano) pasando por un equipo completo de hip-hop, tienes que perderte por esta extensa área repleta de galerías comerciales buscando las gangas que, seguro, te saldrán al paso. Os aconsejo venir por la noche ya que las tiendas siguen abiertas destilando luz y música agradable. Para comprar material deportivo a precios imbatibles, pasead por la zona aneja al estadio de béisbol.
No pretendáis curiosear en todos los puestos; si hacemos caso a lo que pone en la entrada, una persona que se detenga en cada uno solamente un minuto debería estar casi 19 días antes de verlos todos.
Junto a los mercados y áreas comerciales se instalan pequeños puestos de comida con unas pocas mesas y sillas cada uno, pero que todos en conjunto satisfacen el apetito de los hambrientos compradores. Constituye esta manera una sencilla forma de comer sin perder demasiado tiempo, degustando la gastronomía coreana sin perder demasiado tiempo y así evitar las cadenas occidentales de comida rápida.
Confortado el estómago con una contundente sopa que, por la cantidad de tropezones, sería más correcto llamarla guisado, volvimos a subir al bus.
Daehangno es la cuna del arte escénico coreano, el Broadway de Seúl. Más de 40 lugares entre teatros y museos, atraen a infinidad de gente joven a esta zona (aunque no es el barrio de las universidades, hay tres en los alrededores) . La cultura no sólo se ofrece en locales cerrados si no que nos sale al paso ofrecida en improvisados escenarios en la calle por anónimos escultores, pintores, músicos o actores.
¡Qué delicia de ciudad donde es más probable encontrarse a la vuelta de esquina una filarmónica que un atracador!.
Terminamos el recorrido frente al palacio Changgyeonggung. La dinastía Joseon (1392-1910) dejó en Seúl lo que hoy son sus atractivos más importantes, cinco palacios imperiales que constituyen auténticos remansos de paz entre calles rebosantes de peatones.
Hay dos que no pueden dejar de visitarse bajo ningún concepto, nosotros los reservamos para el último día. Éste frente al que estábamos también es interesante, está enclavado en un tupido bosque de más de 50000 árboles y fue usado como residencia de reinas y concubinas. Además se conecta con el Santuario Real Jongmyo, patrimonio de la humanidad, por una pasarela que cruza la avenida Yulgongno. Por desgracia, el santuario estaba cerrado por restauración, lo que me ofrece una excusa perfecta para regresar en el futuro.
Los precios de todo, en general, son más bajos que en España, pero el acceso a la cultura es realmente barato. El Museo Nacional de Corea cuesta 50 cts. Y los palacios más importantes oscilan entre 75 cts. y 1.70 € el más caro que incluye visita guiada de una hora.
Nos sentamos en el parque Tapgol frente a su pagoda de piedra de diez pisos para recuperarnos del ajetreo del día. Mientras iba cayendo la tarde se fueron instalando a lo largo de los caminos multitud de puestecillos de adivinos en todas sus variedades, así como otros que vendían unos dulces de aspecto parecido al turrón y que nos asombraron por la maestría con que lo partían, a golpes, en pedazos idénticos.
Para pasar el rato hasta la hora de cenar, fuimos a la estación de autobuses a comprar los billetes de mañana. De paso aprovechamos para ver el metro y conocer el recorrido. No me parece necesario extenderme en el comportamiento cívico de los usuarios, la limpieza de estaciones y trenes y su funcionamiento y extensión en general; sencillamente SOBRESALIENTE.
Regresamos a Insandong, la zona donde nos hospedamos y donde cenamos ayer, para seguir descifrando los arcanos de la cocina coreana. Algunas recetas son muy picantes y otras, sin embargo, no pican en absoluto, por lo que todo el mundo puede salir satisfecho de los restaurantes si conoce lo que está pidiendo.
Al ser la tercera comida que hacíamos y ver que en las tres nos habían puesto como acompañamiento un plato de verdura con un sabor parecido a los pepinillos pero algo más picante, dedujimos que eso debía de ser el famoso kimchi, del que hablan todas las guías. A decir de éstas, no se puede presumir de conocer Corea si no se ha probado este plato, consistente en col china fermentada con sal, ajo y guindilla, que los coreanos combinan con todos los platos igual que nosotros acompañamos todas las comidas con pan.
Acabamos el día brindando con un aguardiente llamado soju por todo lo que nos había deparado la jornada y esperando que las siguientes fuesen tan intensas como ésta.
Día 3
Dejamos el hotel y nos dirigimos a la terminal de autobuses. Como ya conocíamos el camino llegamos antes de lo previsto y pudimos adelantar la salida a las 8:30. En 4 horas llegamos a Sokcho.
Habíamos elegido este destino por el parque nacional que está situado a las afueras. Cuando en la Oficina de Turismo de Seúl leímos un folleto sobre la montaña Seoraksan que decía: “...es la más hermosa de Corea (1708 metros). El parque de 354 Km cuadrados es famoso por sus colinas de granito, inmensos valles verdes, misteriosos templos y maravillosas cataratas”, no lo pensamos ni un instante.
Sokcho esta enclavada en la costa este y posee un importante puerto pesquero. Resulta muy entretenido ver como los pescadores descargan sus capturas y seleccionan algunos tipos para secarlos en unas ristras como la de nuestros ajos. Los restaurantes de la ciudad sirven platos de marisco, pescado, calamares y hasta cohombros de mar a precios módicos.
Esta es la única ciudad que conozco en la que un viaje en su autobús urbano te conduce desde una soleada playa hasta la entrada de un parque con algunos picos cubiertos de nieve.
En el pequeño despacho turístico que había en la estación del bus, pregunté como llegar a nuestro hotel. En vez de indicárnoslo, llamaron para que vinieran a recogernos y durante la espera nos inundaron con información, mapas y folletos de la zona.
El hotel estaba muy próximo al parque, era lo que habíamos pedido en Seúl, así que por las noches refrescaba bastante. Nos dieron a elegir entre la habitación occidental (con camas) o la coreana que consistía en un futón sobre suelo caliente y elegimos lo típico del lugar.
Tantos senderos por recorrer y tan poco tiempo para disfrutarlos nos acicatearon para salir pitando nada más dejar las maletas en el cuarto. La entrada al parque cuesta algo menos de 3 euros.
Había que aprovechar el rato antes de que anocheciese y elegimos la ruta más popular del parque, el ascenso hasta la cima de Ulsanbawi.
Quizás debido a que era domingo el recorrido parecía una romería. El parque estaba lleno de coreanos disfrutando de un día en la naturaleza. Había muchas familias con niños pequeños pero el grueso de los visitantes lo formaban los mayores de 60 años. Me cuesta llamarles ancianos, el tesón que ponían en las subidas y la cantidad de ellos que llegaban hasta cotas a las que yo llegué resoplando les hace merecedores del título de “atletas mayores”. Cuando nos veían, casi todos reaccionaban con sorpresa para a continuación sonreír cálidamente y saludarnos. Parecía como si se sintieran encantados de compartir con visitantes extranjeros uno de sus grandes tesoros naturales.
El ascenso hasta la roca Ulsanbawi nos aportó hasta cuatro templos en diferentes recodos del camino. Iban estos desde un sencillo altar en una cavidad natural de la roca a otros más complejos habitados por comunidades de monjes.
Recuperando fuerzas bajo unos árboles que parecían estar envueltos en llamas por el color rojo encendido de sus hojas escuchamos los golpes de gong y los mantras budistas del monasterio vecino. El lugar idílico sumado a la profunda paz y espiritualidad que flotaba en el ambiente, hicieron de ese uno de los momentos mágicos del viaje; esos instantes que nos quedan grabados y que nuestra mente reproduce cuando vemos, oímos o, incluso, olemos algún estímulo que asociemos a esa situación.
La vista desde el punto final del camino, a unos 250 m. por encima del valle, dejaba sin habla. La explosión de colores del bosque que habíamos atravesado sólo resulta plenamente apreciable desde un punto de vista elevado desde el que se tenga una visión global. Entonces ves como armonizan los colores rojo, amarillo, verde y marrón en todas sus tonalidades y te sientes como ante un cuadro pintado por un niño que acabara de estrenar la caja de pinturas; pero fundamentalmente te sientes feliz, cansado pero feliz.
Emprendimos el camino de vuelta con la esperanza de llegar a tiempo de subir al teleférico que hay junto a la entrada para poder contemplar el panorama desde el otro lado del valle, pero ya había cerrado.
Aún estuvimos un rato mirando los diferentes puestecillos y planeando la excursión de mañana frente a un gran mapa del parque, era como si el cuerpo se resistiese a abandonar un lugar tan hermoso.
De regreso al hotel me preguntaba qué tal se dormiría sobre el futón, pero debido al madrugón, al trajín del autobús y la excursión creo que me hubiese conformado con la cama de un faquir. Efectivamente, tan pronto apoyé la cabeza en la almohada me quedé dormido.
Día 4
Aún estando a las puertas de noviembre tuvimos una suerte loca con la climatología, los días eran radiantes y las temperaturas diurnas cálidas como a principios de mayo.
Regresamos muy temprano al parque, queríamos hacer alguno de los senderos que se introducen más profundamente y teníamos que apurar al máximo las horas de sol.
Descartada la pista que asciende hasta la cima de Seoraksan ya que entre subir y bajar se emplean 13 horas, optamos por tomar un valle secundario hasta la catarata Oryeon y el refugio Yangpok.
Fuimos siguiendo un torrente por unos caminos perfectamente preparados y mantenidos. En ocasiones el sendero caminaba junto al arroyo emparedado por altos muros naturales para pasar, unos cientos de metros después, a abrirse ampliamente. El paisaje alternaba entre un bosque muy denso a la desolación rocosa de un cañón con numerosos saltos de agua.
A pesar de que el recorrido que hicimos fue mucho mayor que el de ayer y que, en algunos puntos, las cuestas eran verdaderas rompe piernas nos fuimos encontrando grupos de infatigables abuelitos coreanos a lo largo de toda la ruta. Vana tener razón los que pregonan las maravillas del gingseng.
El parque está considerado como un santuario de la fauna coreana. No hace muchos años en él se podían encontrar hasta 38 especies de mamíferos y bastantes más de aves. Lamentablemente, algunas tan espectaculares como el tigre coreano, el oso de anteojos o el leopardo siberiano no han sido vistas desde hace mucho tiempo por lo que se las considera desaparecidas o a punto de hacerlo. Es la parte negativa que trae consigo el acceso del hombre a una zona tan especial.
No tan llamativas, pero muy simpáticas y abundantes son las ardillas coreanas. Estos pequeños duendecillos del bosque nos acompañaron por todos los recorridos que hicimos y como parece gustarles más vivir en el suelo que en los árboles y no recelan de la presencia humana, nos entretuvieron con sus carreras, juegos y peleas. Son más pequeñas que las europeas y su pelo es marrón claro con franjas negras y blancas que les surcan la espalda desde la cola hasta el hocico.
Aquí se las puede encontrar en las tiendas de mascotas; yo, desde que las vi tan enérgicamente vitales en su hábitat natural, siento una profunda pena al verlas enjauladas.
Con la caída de la tarde abandonamos este rinconcito de paraíso para ir con el autobús urbano hasta el puerto de Sokcho. No puedo dejar de sorprenderme de pasar de altitud cero a una zona con flora alpina en un recorrido tan breve.
Los restaurantes de la ciudad, sobre todo los situados junto al mar, ofrecen deliciosas especialidades locales basadas en el pescado y marisco. El sushi de aquí tiene fama en toda Corea, pero para degustar algo “sokchiano” hay que pedir calamares sun-dae, abai sun-dae, sunduba o el terriblemente picante makguksu.
Para acabar la visita recomiendo pasear por el mercado de pescados. No podréis creer que haya tantas variedades de peces, moluscos y crustáceos. Esto es debido a que cerca de aquí se produce el encuentro de una corriente cálida con otra fría en pleno mar del Este.
Día 5
Este día fue de transición, lo pasamos en su mayor parte a bordo del autobús con destino a nuestra siguiente etapa, Gyeongju.
Al despertarnos vimos con resignación como el otoño nos mostraba su aspecto más tormentoso. En el periódico del hotel comprobamos que el riesgo de chubascos era menor en el sur, que es a donde nos dirigíamos. Parecía que nuestra buena estrella no nos había abandonado del todo.
Cuando ya estábamos preparados para salir del hotel hacia la terminal, la lluvia arreció. No nos encontrábamos muy lejos de la parada del autobús que enlazaba el parque con el puerto, aunque lo suficiente para acabar empapados. La dueña del hotel, que vio nuestra indecisión, se apresuró a darnos un par de chubasqueros de plástico, pero como íbamos con tiempo y la lluvia adquirió el grado de pequeño diluvio decidimos esperar un poco a que amainase.
Transcurridos cinco minutos sin que aflojase, la hotelera, que estaba más nerviosa que nosotros, desapareció de detrás del mostrador para reaparecer unos instantes después anunciándonos que ella no podía ausentarse pero que había despertado a su padre para que nos llevase en coche. En efecto, al poco apareció el buen señor y nos condujo hasta la estación de autobuses, allí casi tuvimos que pelearnos con él para que nos aceptase una propinita para un café, ¡qué menos!.
Cogimos el bus de las 9:30 para Pohang, que está a 30 minutos de Gyeongju, ya que no hay servicio directo a ese destino. Todo el recorrido fue por la carretera que discurre de norte a sur por la costa del mar del Este, lo que contribuyó a hacer más llevaderas las seis horas y media, incluyendo la parada para comer, que duró el viaje.
Llegamos a la ciudad imperial de Gyeongju mediada la tarde. A pesar de estar nublado no había llovido como en el norte, a ratos caía un agua menuda y mansa que ni calaba ni molestaba.
Solamente íbamos a estar 24 horas así que, después de localizar el hotel, debíamos solucionar la excursión de mañana y comprar el billete para Seúl. Afortunadamente nos encontrábamos al lado del hotel, de la agencia que hace el tour histórico y de la terminal del bus expres.
Contratamos la excursión guiada por 10000 wons (7,20 €) y compramos el talonario de entradas a los lugares que visitaremos por 11000 (7,90 €).
En el libro de Corea que llevábamos estuvimos repasando como sería el recorrido y entonces vimos porqué dura 7 horas. Las paradas no sólo están en la ciudad si no que se encuentran repartidas por un vasto territorio que incluye el valle, bosques y montañas. Por poco tiempo que empleen en cada visita, es lógico que ocupe todo el día.
Anduvimos al azar por el centro de la ciudad para desentumecernos después del largo viaje. Pasamos por la zona comercial, por el barrio de los cines, curioseamos en la estación del ferrocarril y tomamos nota de una calle para regresar más tarde donde todo eran restaurantes. Inesperadamente, al girar una esquina, nos tropezamos con parque de estilo inglés (césped tupido, árboles aislados, ausencia de parterres) que nos dejó sorprendidos por unas elevaciones del terreno surgían aquí y allá. Parecían las que dejan los topos pero de un tamaño descomunal. El enigma se resolvió al acercarnos a una de ellas y leer en un cartel que se trataba de una tumba real. Seguramente mañana el guía nos lo explicará con todo lujo de detalles.
Habrá quien piense que tiene que merecer mucho la pena ir a un lugar empleando en ello once horas para estar allí poco más de 24. Dejad que copie un párrafo de un folleto que habla por sí solo.
Gyeongju, la cuna de la cultura coreana
Gyeongju, una ciudad llena de historia, fue la capital de la dinastía Silla durante mil años, del 57 AC al 935 DC. Favorecida por la belleza natural de ríos y montañas, tiene también múltiples templos y estructuras construidas por científicos y artistas apasionados.
El área se conoce como “el museo sin muros” por su riqueza de edificios y tesoros históricos.
La UNESCO ha reconocido la valía del lugar incluyendo en la lista del Patrimonio de la Humanidad a seis de sus maravillas: el monte Namsam, tesoro de la cultura budista; Wolseong, palacio de la dinastía Silla; Daereungwon, panteón imperial; Hwangryongsa, esencia del budismo Silla; Sanseong, fortaleza defensiva y el espectacular conjunto formado por el templo Bulguksa y la cueva Seokguram.
Gyeongju es una autentica joya cultural del mundo que deseamos preservar y mostrar a nuestros visitantes, estamos seguros de que su visita resultará inolvidable.
Día 6
La excursión sale a las 8:30 y debemos dejar libre el cuarto pues esta noche debemos estar de vuelta en Seúl. Menos mal que no me importa madrugar porque, para estar de vacaciones, nos despertábamos antes que trabajando.
Con las maletas guardadas en la recepción del hotel y suspirando por un café que nos despejase, no me acostumbro al té para desayunar, subimos al autobús. Como éramos los únicos no coreanos apuntados, el tour en inglés no salió hoy y nos metieron con el grupo de locales.
La guía no paró de dar explicaciones y bromear durante todo el recorrido para hacer amena la visita; pero claro, en coreano y como mi dominio de esta lengua se limitaba a “hola” y “gracias” la entendí al principio del viaje y cuando se despidió al acabar, entre medias nada de nada. Afortunadamente llevábamos con nosotros guías y folletos donde pudimos leer las informaciones que ella recitaba.
La visita comenzó en el templo Bulguksa, que es el más famoso de esta zona. Además de su impresionante historia, data del año 535, es precioso por el edificio en si y por el lugar donde está emplazado, un bosque en la ladera de la montaña Tohamsam.
Tras las explicaciones, nos dieron una hora para recorrerlo y disfrutar de él. Puede parecer mucho tiempo, pero a mí se me paso en un abrir y cerrar de ojos y, al final, tuvimos que correr para no perder el autobús.
El circuito siguió así:
- Museo de la Ciencia y Astronomía
- Bunhwangsu, pagoda de tres pisos
- Tumba del general Kim Yu Sin
- Paseokjeon, estanque de los poetas
- Museo Nacional
- Observatorio astronómico
- Anapji, palacio del estanque
- Tumoli park, tumbas de los reyes Silla
Durante el recorrido paramos a comer en un restaurante cuya especialidad era el bulgogi. Este plato consiste en finas rebanadas de carne de ternera maceradas en un condimento de ajo y especias que se cocina en una barbacoa en la mesa, se acompaña con un caldo y varios platitos de guarniciones entre los que no puede faltar el kimchi.
El bulgogi, junto con el galbi (costilla adobada) y el bibimpap (arroz con verduras, huevo y salsa picante) forman la trilogía de los platos más conocidos y representativos de la gastronomía coreana.
Sobre el papel se pensaría que el tour llevaba un ritmo endemoniado, más si añadimos que las distancias entre algunas visitas eran grandes y que en todas teníamos algo de tiempo libre para recorrerlas buscando la mejor foto o, sencillamente, para extasiarnos en su contemplación; pero no, sencillamente íbamos “sin prisa pero sin pausa”. La puntualidad de los coreanos es ejemplar, no hubo que esperar a nadie en los tiempos libres que nos dieron.
En este circuito no estaba incluida la visita a la gruta Seokguran, pero en el museo vimos una reproducción a escala y el modo como se construyó que nos dejó impresionados. Data del siglo VIII y consiste en una gigantesca estatua de Buda sedente en el centro de una bóveda formada por grandes bloques de granito perfectamente ensamblados entre sí. Toda el conjunto fue cubierto con toneladas de tierra y rocas de tal modo que, en cuanto se llenó de vegetación, quedó perfectamente integrada en el monte donde se emplaza, y si no te dicen que es una cueva artificial no lo podrías imaginar.
La maestría de sus constructores quedo demostrada cuando, en la década de los 50, fue restaurada con materiales de construcción actuales que dieron lugar a filtraciones y otros daños. Hubo que retirarlos y utilizar los medios y técnicas originales para acabar con los problemas.
Fue una verdadera pena no haber tenido más días para descubrir los tesoros de Gyeongju, pero al día siguiente salía nuestro avión, así que dejamos la ciudad en dirección Seúl en el autobús de las 17 h.
Para el viaje compramos unos bollitos de una especialidad local, el pan de Gyeongju, que se vende en todas las pastelerías y tiendas de souvenir. Consiste en una masa horneada con un relleno parecido al dulce de membrillo. Que bien hubieran sabido con un vinito de Málaga en vez del cartón de zumo con el que los pasamos.
A la llegada a Seúl no tuvimos los problemas del primer día con la localización del hotel, ya éramos todo unos veteranos.
Como ésta iba a ser la última noche en el país salimos a celebrarlo con una buena cena. Una memorable caldereta de pescado y marisco le puso el broche a un día completísimo en el cual, de nuevo, nos acompañó un tiempo excelente.
Día 7
Como nuestro vuelo despegaba a última hora de la tarde, habíamos previsto la mañana de hoy para la visita de los palacios Joseon.
Fuimos en primer lugar al palacio Gyeogbokgung erigido por el rey Taejo, fundador de la dinastía Joseon, en 1394. Es el más extenso y magnífico de los cinco conservados; dentro de sus límites se hallan el Museo Nacional y el Museo del Folclore, donde se puede conocer los rasgos históricos y culturales únicos de la civilización coreana y apreciar el modo de vida de tiempos pasados.
La sala del trono, los estanques de lotos, los diferentes pabellones y muchas otras construcciones ofrecen una arquitectura exquisita entre el magnífico paisaje de sus jardines. Lamentablemente, algunos edificios fueron destruidos por los japoneses durante la ocupación en la Segunda Guerra Mundial.
Nada más franquear la Gwanghawamun o puerta principal, un espectáculo inesperado nos dio la bienvenida, la ceremonia de apertura de la puerta del palacio.
Un nutrido grupo de soldados, oficiales y funcionarios de la administración son representados con sus trajes, estandartes y armamento de época siguiendo las pautas rescatadas en los archivos históricos. El ritual tiene lugar tres veces al día; apertura, cambio de guardia y cierre de la puerta y es de acceso libre al representarse en el primer patio, justo antes del despacho de billetes que, por cierto, tenían el módico precio de 1000 wons (0,70 €).
En las cercanías del anterior, a no más de 20 minutos caminando, se alza el palacio Changdeokgung. Fue usado como residencia principal por muchos reyes a lo largo de los siglos y es el que mejor se ha conservado de los cinco. Su seña más representativa es el Huwon o Jardín Secreto, con un insuperable horizonte de pabellones, estanques y florestas de disfrute exclusivo para la realeza en tiempos imperiales.
Las visitas a este palacio se realizan solamente en grupos guiados en un tour que dura una hora aproximadamente. Cuando estuvimos sólo había 3 salidas en inglés (11:30, 13:30 y 15:30). Merece la pena atender a las explicaciones que dan los guías sobre la historia, la arquitectura e, incluso, las especies vegetales del palacio; por lo que recomiendo comprobar los horarios ya que los otros idiomas a elegir son el coreano, el japonés y el chino.
En este palacio también se celebra una ceremonia de cambio de guardia aunque bastante menos espectacular que la del de Gyeongbokgung.
Consumida la mañana en estas dos visitas, nos dirigimos caminando sin prisa por las callejuelas del barrio Insandong hasta quedar a los pies de la Torre Jongno, edificio de audaz diseño convertido en icono del moderno centro de Seúl. Seguramente si hubiera sido construida en Nueva York o Los Ángeles, el cine nos la haría más familiar que la Giralda, pero para mí fue todo un descubrimiento.
Poco más se puede añadir al día de hoy, la rutina de recoger las maletas, dirigirnos al aeropuerto, facturar y embarcar.
Nos quedaba en el cuerpo una extraña sensación resultante de la felicidad que nos habían proporcionado estos días en este maravilloso país y la tristeza por todo lo que nos había quedado en el tintero, que sabíamos era mucho y muy hermoso.
Mientras nos elevábamos en el aire con destino a la siguiente etapa de nuestras vacaciones, se me formaba un nudo en la garganta mientras pensaba:
¡Hasta siempre Corea, Aotearoa, allá vamos!.
Posted by Giulio on Thursday, January 01, 1970 (00:33:25) (8533 reads)[ Administration ]