Malaria: diario de un enfermo de paludismo.
Estoy en el corazón de Africa del Oeste, uno de los lugares más insalubres del mundo, uno de los lugares más auténticos del continente negro, donde el asfalto solo llega a algunas poblaciones principales del país. Donde las sabanas se extienden durante cientos de kilómetros, solo rotas por algunas chozas de barro con un pequeño cercado de espino que cumplen la función de corral. Aveces un pequeño huerto de mijo o cebollas se extiende junto a las humildes viviendas. Niños sonrientes salen a saludar efusivamente el paso del vehículo del viajero, celebrándolo como si fuese un personaje famoso o un ministro. Es un Africa que ni siquiera sueña con la electricidad, la televisión o el agua corriente. Donde la gente nace y muere sin saber lo que es un registro civil, un médico o los impuestos. Es el Africa que no cambia y ojalá no cambie durante siglos. Domingo, 18 de agosto de 1996 A las pocas horas de sueño me despierto, siento calor, mucho calor y luego frío. Me duele la cabeza y mis articulaciones… es como una gripe de caballo. ¿Pero en medio de Africa? No pego ojo hasta el amanecer, doy vueltas y más vueltas. A la mañana siguiente se lo cuento a Encarna y me dice que vamos al hospital, que está a cinco manzanas del hotel. Me niego en redondo, yo sé lo que es. Es una gripe, las he tenido muchas veces y es lo mismo, pero muy gorda. Con una couldina se quita… - ¿Me puedes decir donde la has cogido? ¿Has pasado alguna noche frío? - Pues no, pero yo conozco mi cuerpo y es una gripe. - ¿Tienes couldina? - No.- Reflexiono: en el botiquín no hay couldina, porque no está en mi lista de necesidades para Africa- Mientras discutimos le doy vueltas al asunto y me voy dando cuenta de que mis argumentos, se basa en lo que quiero creer. No puede ser una gripe, llevo quince días en Africa y la gripe se incuba en una semana. Hay otra enfermedad de similares características, pero se tarda al menos dos o tres semanas en incubarla, eso quiere decir que el mosquito me tuvo que picar la primera noche. No puede ser malaria, he tomado el Larian con precisión matemática. -No puede ser.-. A mi mente me vino la imagen del fantasma del “italiano muerto”. – No puede ser.- De nada sirve repetir muchas veces una frase, cuando te quedas sin argumentos. La verdad no se tapa repitiendo cien veces una mentira. Claudico ante los ruegos y nos vamos al hospital. Entre tanta pobreza, el hospital tiene una apariencia alentadora. Legado de los tiempos de Sankara cuando Burkina era un país socialista y uno de los modelos observados con interés en Africa de Oeste. Sus instalaciones no están nada mal, sobre todo si lo comparamos con cualquiera de los países vecinos, incluido la mucho mas rica Costa de Marfil. Aguardamos en la sala de espera. Me entero de que el viajero enfermo del autobús de Mopti había sido ingresado y eso me anima aún más… “Si este tío ha cruzado mil kilómetros en Africa para llegar aquí, es que este hospital es bueno”. Somos los dos únicos blancos en la consulta y yo diría que en el hospital. Otros pacientes nos preguntan con curiosidad, en Africa nadie va a un hospital sin estar enfermo, nada de cortecitos en el dedo o mareos imaginarios, así que es casi mejor no devolver la pregunta. Nos toca nuestro turno, el doctor me inspecciona, su trabajo es más de veterinario que de médico, pues no podemos comunicarnos, él habla francés y bobo, mientras que yo inglés y español. Es un hombre alto, con la inevitable bata blanca y aire afable. Tiene unos 30 años y parece muy educado y pulcro. Tras mirarme la lengua, la rigidez de la columna y en las articulaciones, me da su diagnostico: Malaria. ¡Parece que todos os habéis confabulado! ¡Que te digo que es una gripe! -¿Seguro?- Me miran esperando mi rendición… Me manda al laboratorio, allí me recibe el analista o practicante… y me dice que ponga el dedo y me suelta un pinchazo. El tipo ve la cara de mala leche que pongo al recibir el traidor aguijonazo. Me sonríe y recoge la gota de sangre de la punta de mi dedo. Cinco minutos mas tarde vuelve con el resultado: malaria. De camino de vuelta a la consulta pienso de mi primera noche en Bamako, en el italiano muerto, en la maldición del hotel Le Fleuve… El doctor me receta un atracón de antipalúdicos y que haga “vida normal”… -¿Pero no me voy a morir?- Me explica que en mi caso: adulto, bien alimentado (no debe saber lo de mi experiencia gastronómica maliense) casi seguro que lo supero. Que vuelva dentro de un par de días siempre que no empeore. Cruzo la ciudad buscando la farmacia, me acompaña Marie, una enfermera del hospital que ha terminado su turno y se ofrece alegre a acompañarme. La farmacia es una casa fea, de una planta y situada en una calle sin asfaltar, parece mas bien una pequeña fortaleza enrejada. No tiene la medicina. –¡Si ya sabía yo que me moría! (lo digo medio en broma)- Me dan otro antipalúdico de fabricación china, muy barato (menos de 500 pesetas)… Marie me dice que la situación es normal, que muchas veces no tienen las medicinas, pero que te dan medicamentos similares, algo así como “genéricos”. Aprovecho para comprar un termómetro, que falta en mi botiquín. Almuerzo estupendamente en el restaurante L’Entente, tengo fiebre, pero no he perdido el apetito. Soy consciente de que la batalla va a ser muy dura y necesito reponer mis energías. La malaria es una enfermedad transmitida por algunos mosquitos del tipo anófeles. La hembra del mosquito necesita la sangre para poder terminar la gestación de los huevos, pero al picar transmite un parásito que vive en su saliva. Ese parásito (llamado Plasmodium) puede ser de varias cepas o familias, para entendernos. La más mortífera es la Plasmodium Falciparum, muy habitual en toda la curva del río Níger. Una vez entra en el cuerpo, el minúsculo animal ciego, se desplaza al hígado, durante un par de semanas se reproduce y, por último, lanza un ataque demoledor sobre el resto del organismo. Una de sus principales víctimas son los glóbulos rojos del infectado, los encargados de transmitir el oxígeno y los alimentos. El enfermo comienza por sentir fatiga, luego malestar general, similar al de la gripe… y por último estallan los episodios de fiebres altas. Aveces la enfermedad es derrotada después de unos cinco días, otras veces, no pocas, el parásito se alza con la victoria y el organismo infectado sirve para abono de las margaritas del cementerio. En el resultado de esta batalla puede haber un tercer caso, que todo acabe en tablas: algunas cepas son muy resistentes, el parásito sigue viviendo en tu organismo y cada cierto tiempo, cuando estés mas bajo de defensas, plantea de nuevo la batalla… y así hasta que el cegato vence. Tres millones de personas mueren al año por esta enfermedad contra la que no existe vacuna. Se la combate con los famosos antipalúdicos, unas medicinas que se utilizan tanto como prevención, antes de contraer la enfermedad y como “tratamiento de choque” (el combate a muerte) una vez se padece la enfermedad. Los antipalúdicos no solo no garantizan la inmunidad, como era mi caso, sino que tienen unos temibles efectos secundarios (prohibidos en embarazadas, lactantes, enfermos de riñón, hígado…). Tampoco garantizan la curación, pero son el único remedio conocido de cierta eficacia. Vuelvo a la habitación y pruebo el termómetro, 41º C… ¡La hostia! Me tomo un paracetamol de 650 mg y me meto en cama. La fiebre no baja de 40-41ºC. A última hora de la tarde aparece Marie y su marido para dar una vuelta por el centro… ¡Cómo el doctor ha dicho que haga vida normal! Me pregunto si se dio cuenta de que no soy negro, que nuestras generaciones no han sufrido la selección natural de la vida en Africa. Bueno, damos un corto paseo de 200 m acabando en L’Entente. Me estoy haciendo un buen cliente. Mientras cenamos, me relatan cosas de la “vida normal” en una ciudad de Burkina, las enfermedades, las veces que la gente ha pasado la malaria… Aquí lo normal es haberla pasado al menos media docena de veces. La conversación tiende a trivializar la gravedad de mi enfermedad, así que al final me siento un poco mas relajado. Volvemos a mi habitación y nos la encontramos revuelta… nunca me habían robado en Africa. No había nada de valor, incluso mi pesada cámara de fotos marca Zenit, una cámara que parece de hierro macizo, estaba allí. Han salido precipitadamente cuando se percataron de mi regreso. ¿Pero que se han llevado?. La primera revisión da como resultado la desaparición de parte del botiquín, también es mala suerte: algunos analgésicos, antidiarreicos y parte del Larian (el antipalúdico que traje de Europa). Por suerte el botiquín estaba dividido en dos cajas y la situada en el fondo de la mochila no la han tocado. No voy a denunciar, ni tengo fuerzas, ni vale la pena. Lo único es quejarme al encargado del hotel, aunque su indiferente contestación es: “C’est la Afrique”. Lunes, 19 de agosto de 1996 Es mi segundo día de enfermedad. He pasado una noche regular, mejor que la anterior, aunque la fiebre sigue sin bajar de 40º, así que he decidido convivir con ella. Enciendo la luz, me levanto y me dirijo al cuarto de baño, tengo diarrea y me urge llegar al WC. La luz se apaga. Vuelve la luz… Encarna me está arrastrando hacia mi cama, me he desmayado, no recuerdo nada, pero la luz nunca se fue, simplemente mis ojos se cerraron. Mi cuerpo arde, el sudor brota de todos mis poros, me voy a convertir en líquido. Me siento morir, siento nausea, fiebre, sudores… Estoy mucho peor y noto como se debilita de mi cuerpo. Sentado desde el filo de la cama, le digo a Encarna: “Lo que más me jode, es que con el montón de cosas que yo quería hacer…” Tengo cara de resignación y tristeza, siento que estoy perdiendo la batalla. Los creyentes tienen “otra vida” esperando al final del camino, los ateos solo tenemos la oscuridad. Nosotros solo vivimos mientras perduren nuestras obras, nuestra estela. Esa estela depende de lo profunda que sea nuestra quilla, de la herida que seamos capaces de hacer en el mar. Pero el mar es volátil y pronto las olas borraran nuestra huella. La memoria del hombre es muy fútil. En los momentos desesperados se forjan las más duras convicciones: allí supe que sería definitivamente ateo. “No te vas a morir, todavía tienes que dar mucha guerra…”- y lo dice como si estuviese importunando -. Volvemos al hospital el médico dice que es normal, que mientras tenga ganas de comer no hay problema, que continúe con el tratamiento. Resto del día en cama. Martes, 20 de agosto de 1996 La fiebre no cede, pero me levanto para ir a correos, quiero llamar a casa. Mi madre me regaña por no haber llamado antes, siempre me regaña y yo nunca llamo. Como mucho una vez a mediados de viaje. La dejo que se desahogue con su reprimenda y luego me pregunta si estoy bien. Le digo que “perfectamente, pero que tengo que colgar”. No sospecha nada. Cuelgo, estoy mareado, me siento en el suelo. En ese momento llega Encarna con una monja española. La hermana Clara es una mujer frágil, de unos 50 años, una veterana africana. Me da ánimos, me dice que ella la ha pasado ya muchas veces y promete visitarme. Cuando le digo que la he cogido en Mali, ella me dice: ”¡ Ah, Mali, Mali…!” Su cabeza se mueve con signo de desaprobación, es conocido como uno de los lugares mas insanos de Africa. Lo primero que pensé cuando vi a la mujer es que, a falta de cura, me habían buscado una monja para darme la extrema unción… Para ella soy un simple ser humano en apuros. Al marchar me da un regalo: una concha incrustada en una funda de cuero negro, le pregunto que qué es y me dice que es un gri-gri (un amuleto africano). Le sonrío y se lo agradezco. Paso en cama el día siguiente luchando contra una fiebre de más de 40 casi constante. Miércoles, 21 de agosto de 1996 Cuarto día… día de reposo en cama, situación estacionaria, la fiebre comienza ceder. Ha bajado a 39. Jueves, 22 de agosto de 1996 Quinto día: comienzo a sentir alivio, la fiebre ha bajado a 37. Clara me hace una nueva visita y me encuentra muy recuperado. Ambos dialogamos animadamente durante un rato. Salgo a dar un paseo por Bobo, el sol me hace daño y a los 100 metros me apetece dejarme caer. No puedo con el peso de mi cuerpo, la malaria destruyó mis glóbulos rojos y no llega oxígeno a los músculos. Aunque durante toda la convalescencia mantuve un buen apetito he perdido mucho peso. Dos agujeros del cinturón, pero a nadie se lo recomiendo como método de adelgazamiento. Viernes, 23 de agosto de 1996 Sexto día, me dan el “alta” y pago los servicios del hospital… han sido menos de 3.000 pesetas. ¡Gracias, Sankara! Mi apetito me salvó la vida, aportó la energía para que los antipalúdicos y mis defensas vencieran una batalla como hasta el día de hoy no he sufrido. Por la tarde buscamos un taxi-brouse (coche compartido habitual medio de transporte en esta parte de Africa) para continuar viaje hacia el País Lobi. Dos días mas tarde alcancé Bánfora, dos días de descanso. Después me arrastré hacia el sur, hasta Korhogo, crucé Costa de Marfil, me di un atracón de gambas en San Pedro y otro de langosta en la bella Sassandra. Entré a Abijan, casi recuperado. He vuelto muchas veces a Africa, sigo enamorado del continente negro. No he sufrido recaídas en la enfermedad: el parásito cegatón perdió la batalla y la guerra. ¡Gracias a ello, existen LosViajeros, pero también por su culpa, la galería de fotos de Burkina es tan pobre... ¡No estaba para hacer fotografías y la Zenit pesaba horrores! Mis agradecimientos: A Encarna, que me salvó la vida, aunque solo fuese porque no sabía que hacer con el “muerto”. A Sor Clara por darme ánimos en el momento más bajo y por un gri-gri que aún conservo. Al equipo médico del Hospital de Bobo-Dioulasso. A todas las personas que cuidan de la salud de las personas en esas condiciones tan precarias. Nota: El fantasma de italiano muerto me persiguió durante toda la convalecencia. Nunca supe su nombre, ni vi su cara. Solo sé que murió de malaria en el Hotel Le Fleuve el día que llegué a Bamako, punto de partida de mi pequeña aventura. La historia la conocí gracias a la indiscreción de un camarero que se le escapó que yo dormía en la “habitación del muerto”. La noche anterior solo quedaba una habitación libre. Siempre sospeché que en Le Fleuve habitaba un mosquito «genocida»... Fotos: Fotos de Burkina Fotos de Costa de Marfil Fotos de Mali |
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