Hubo un tiempo en el que no existian los centros comerciales, los fast-foods, los multicines ni los parques temáticos. Era un tiempo en el cual las posibilidades de pasarlo bién un fin de semana dependian de aspectos como la climatologia o el comportamiento si cabe mucho más que ahora, y sobretodo esas posibilidades dependian del cruce idóneo de estos factores.
Si al plan se sumaba la colaboración paterna en el aspecto económico –que no siempre era posible- las opciones de pasarlo genial en lugar de bién crecian enormemente..
En Barcelona el catálogo estaba bién definido: si era principio de més, los parques de atracciones de Montjuich o del Tibidabo eran el target a alcanzar. Alejándose de ese epicentro virtual del eje de las X y las Y, estaban el parque de la Ciudadela o el laberinto de Horta para los cuales solo era necesario que se cumpliera el requisito climático - eran gratuitos además de mucho menos divertidos- y aquà solo iba uno a desfondarse sin premio, pedaleando como un Bugno cualquiera, o a correr –que es de cobardes- detrás de un balón, mientras el resto –los que sabian- jugaban al futbol.
A partir de estas premisas, las ecuaciones podian ser múltiples:
Mas allá de mediados de mes y si el dia no estaba muy soleado, tocaba laberinto de Horta: nada de bicicletas; cuatro carreras por entre los setos del laberinto y a comer a casa con el expediente cubierto.
También podia ser final de més y lucir un sol radiante con lo que tocaba parque de la Ciudadela: pelotón grouppé junto a mi hermana en nuestras bicis, o patinaje en la pista de cemento durante horas como hamsters, mientras otros más afortunados se dirigian al Zoo –que está en el mismo recinto - delante de tus propias narices; incluso podias oirlos gritar desde las gradas del acuario durante el espectáculo de los delfines…que rabia! Lo más parecido a una emoción era subirse a la locomotora de la Ciudadela sin que te vieran los vigilantes, o acercarte al lago a ver los cisnes y las barcas.
También podia ser fin de més y llover – un mal menor, un dolor soportable; pues sabias que todo el mundo mundial estaba en las mismas…como mucho tocaba pollo a l´ast en Asgard, o sea en casita, y nada de salir-.
Independientemente de la situación económica y de la climatologia del momento, si estabas castigado, los ansiados Montjuich o Tibidabo se convertian en el Valhalla y no habia valkiria capáz de conducirte hasta allÃ, aunque dejaras tu vida en el intento de convencer a tus padres.
Vale que para gustos están los colores, pero en casa la combinación ganadora, el pleno al quince era el Tibidabo…Montjuich no estaba mal, pero tras 3 visitas consecutivas soportando el parque lleno de quinceañeras por otros tantos conciertos del Duo Dinámico, Adamo y Raphael, ese parque cayó en desgracia en nuestro ranking de preferencias… de todos es sabido que una legión de quinceañeras enamoradizas llenando un parque de atracciones son un problema cuando tienes 7 años, y vas a lo que vas – o sea, a subirte en las atracciones, que es a lo que se va a un parque de atracciones…el propio nombre no deja lugar a las dudas-.
Fue en el Tibidabo, y por supuesto un domingo primero de més y con sol radiante, donde subà a mi primer avión : el Air Tibi 1928.
sobrevolaba Barcelona durante unos 5 minutos a 1700 pies de altitud sobre el nivel del mar…en ese ratito se paraba el tiempo, se paraba el mundo para mi. En ese momento solo podia pensar en como seria volar de verdad, en que se sentiria subiendo a un avión real, que te llevara a un destino real, en un pais tan real como el mio, pero distinto al mio. Creo que esa atracción me hizo un viajero antes de haber salido de Barcelona por vez primera, y sé con certeza que tuvo mucho que ver con mi pasión por los aviones.